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domingo, febrero 21, 2010

¡Que suerte! Tenia antojo de una torta y no había comprado bolillos, en el pasillo camino a los andenes de los microbuses y las “combis” había un puesto que vendía pan. Compre 4 bolillos, una oreja y una manteca de las que llamo desde hace muchos años “de papelito colorado”.

Definitivamente no tenía humor para detenerme en la panadería, por que una vez que uno ya “apaña” su lugar en el micro no quiere perderlo, y si me hubiera bajado antes de llegar a casa no hubiera optado por terminar el camino a casa caminando, y si tomaba otro “micro” pues tendría que ser parado y de “mosca”, con medio cuerpo de fuera con una mano sujetándome del tubo y mi bolsa de pan en la otra mano.

Mi coche no circula y debía ir al centro a comprar unas refacciones, la mayoría de la gente hubiera ido a un lugar cerca pero yo prefiero seguir el ejemplo de mi padre y hago la expedición hasta el centro; a muchos de mis amigos se les hace un poco exagero tomar un microbus, luego el metro y llegar al centro de la ciudad, en mi caso es como una terapia, un estudio de mercado y una reflexión de mi país. Además si no lo encuentras en el centro, no existe, suena un poco loco pero es cierto.

Muchos años no tuve coche, sobre todo cuando iba a la universidad. En los primeros semestres me iba en microbus. Todo iniciaba con una caminata hacia la Av. Lomas Verdes, tomaba cualquiera que fuera en dirección de Av. Gustavo Baz, era sencillos varias iban en esa dirección. Al bajar en mi primer transbordo, sucedía algo similar que en la primera etapa, cualquier camión, micro o combi que fuera hacia “El Tapatío”, un restaurante-fonda-cantina que servia de referencia para dar nombre al segundo transbordo, ahí si debía esperar un colectivo específico que me dejara en la entrada al campus de mi “Alma Mater”. El problema es que estas unidades en ocasiones llegaban llenas por lo que el final del recorrido era la parte complicada. Por todo lo anterior yo tenia una “especialidad” en “transporte público” sobre mis amigos que tenían auto, además ellos iban a universidades privadas y no conocían esta cara de la ciudad.

Cuando viajaba al centro de la ciudad había que ir preparado, monedas (yo le llamo “feria”), zapato cómodo, ropa poco ostentosa y el dinero repartido en el zapato, el cinturón y la cartera (por que dicen que luego asaltan); para mi era una travesía de vez en cuando pero para muchos es de todos los días, por eso yo lo consideraba como una terapia por que rompía con mi rutina de ciudadano con vehículo. Para comenzar veía por las ventanas lo que todos días pasaba desapercibido por ir concentrado en el volante y la radio, increíble pero muchas cosas cambiaban en el paisaje y no me había dado cuenta, por ejemplo, un edificio se había convertido en oficinas o una casa en restaurante. Las caras de la ciudad se transforman a una velocidad vertiginosa.

Al caminar por las calles, sobre todo las del centro, me preguntaba: ¿Qué hace toda esta gente?, ¿De donde viene?, ¿Serán como mis abuelos? Ellos tuvieron una tienda de “Regalos y Novedades” en Puebla y con frecuencia iban a México por mercancía como ropa, artículos de piel, juguetes y chucherías. En varias ocasiones, vi a varias personas con aspecto de provincia, como abordaban un taxi verde “ecologista” con grandes bultos y cajas, llenas de mercancía, y le pedían al chofer que los llevara a una de las centrales de autobuses, como la TAPO donde muchas veces vi como llenaban el maletero del autobús de mercancía. ¿Dónde terminaría? ¿En una tienda o un puesto de mercado? Seguía siendo, la capital de la república, el punto de abasto para el centro del país y sus alrededores no tan cercanos. Ese era, según yo, mi estudio de mercado.

Pero al recorrer las calles comenzaba las reflexiones. La llamada “Ciudad de los Palacios”, tiene unos edificios que han sido testigos de la historia, en una mezcla curiosa donde la Torre Latinoamericana comparte calle con La Casa de los Azulejos, donde edificios antiguos albergan en su interior bancos u oficinas con Internet inalámbrico, que nunca pensaron existiría cuando los construyeron por primera vez. Construcciones modernas donde alguna vez existió un hotel que fue derribado por el temblor de 1985, como ha cambiado México Tenochtitlan, la cuidad que fundaron los aztecas en medio de un islote del lago y ahora gobierna el PRD, una vez más. La metrópoli cosmopolita donde se conocieron Castro y Guevara, donde ya celebramos una Olimpiadas y dos Copas Mundiales de Futbol; la urbe con barrios pobres, colonias residenciales, con calles y avenidas que cambian de nombre conforme van avanzando. Han sucedido tantas cosas en esta Ciudad de México que es imposible contarlas todas.

Una vez de camino al teatro venia platicando con un amigo. “Toca el claxon para que se acerque el de los dulces” fue su frase en medio de un transito atroz, es tan común que te vendan cosas en cada semáforo. “El otro día venia en periférico y vi como lavaban un coche en movimiento” me comenzó a contar mientras abría sus cacahuates japoneses que acaba de comprar junto con unos chicles a un niño de no mas de 12 años. “En serio…” le respondí, “si, eran 3 en patines con cubetas… como los que te limpian el parabrisas en los altos de Reforma pero estos le sacudían al coche con unos como “mechudos” en pleno periferico a las 8 de la mañana”. No sabia si creer o no esta historia, “Esta buena la idea, así ya no pierdes tiempo en el auto lavado” agregó. Comencé a imaginar la escena, “¿…en los carriles centrales o en la lateral?” le pregunté con mucha curiosidad, “no, en la lateral… ahí por donde estaba la fabrica de Dunlop, la que se quemó hace mucho”. Asenté con la cabeza en señal de asombro. “¿Dónde te vas a estacionar” fue su siguiente pregunta, “pues en el teatro, ahí hay un estacionamiento”. “Nel, está cerrado, la semana pasada mataron a balazos a una persona y esta clausurado desde entonces.” Me lo dijo con tanta tranquilidad que le creí enseguida. “Hay un café como a una calle, ahí lo podemos dejar, cierran tarde y hay un “viene-viene” que lo cuida por $50 pesos...”, lo volteé a ver con cara de una pésima idea “¿y no se ira a robar los tapones que acabo de recuperar en la Doctores?”, “...pues igual y si, pero no se roban el coche que es lo importante”.

¡Que suerte! Cuando llegamos al teatro el estacionamiento estaba abierto y por módicos $100 pesos lo podías dejar por el tiempo que duraba la función. Al término de la función fuimos a casa, ya estaban varios de nuestros amigos con sus “caguamas” y “pomos” esperándonos para una fiesta. “¿Por que tardaron tanto?” me preguntó uno de los invitados. Un poco molesto, por que yo no había organizado esa fiesta en mi casa le respondí: “De regreso pasamos por Sullivan y el morboso de tu amigo quería ver a la “mujeres de la vida galante”. Varios se rieron mientras sacaban las viandas de sus coches y entraban a la casa donde mi gato nos esperaba con cara de hambre.

Vivo en uno de los cerros que rodea el valle de México, en la parte alta para ser precisos, en la penúltima calle, ya más arriba solo están los últimos árboles del monte, ellos recuerdan que había un bosque en ese lugar. De noche todas las luces encendidas dan un espectáculo que observo siempre desde el ventanal de la sala; cuando mis amigos organizan sus reuniones y tomamos unas cuantas “cubas” o unas “chelas” señalo con cigarro en mano, la mancha urbana, desde el cerro del Chiquihuite hasta donde deben estar los volcanes y les dijo: “Ven todo eso... todo eso es nuestro, ¡Vamos por él!”

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